Entrevista con Julien Salingue
Septiembre de 2007
De todas las contradicciones de la situación en Palestina, ¿cuál le parece la más fundamental? Cualesquiera que sean las evoluciones actuales de la situación de Palestina, pienso que es esencial recordar que la contradicción fundamental, la que existe entre el proyecto sionista y los derechos nacionales del pueblo palestino, permanece. El establecimiento de un estado judío sobre la mayor parte posible de Palestina significó y significa siempre la colonización, las expulsiones y la represión. Esa es la contradicción estructural, también en la situación actual. Obviamente eso no significa que haya que simplificar las cosas y convertir en un atolladero las contradicciones en el “campo” palestino, especialmente en el período actual, sino que estas últimas deben ser consideradas en el marco general de la negación de los derechos del pueblo palestino por el proyecto sionista.
Los dos acontecimientos principales de los dos últimos años (la victoria de Hamás en las elecciones y los “sucesos” de Gaza) son el producto de las contradicciones entre los intereses de la minoría que dirigió la Autoridad Palestina desde su creación en 1994 y las aspiraciones de la población palestina. Esa minoría fue claramente rechazada por la población en las elecciones, que la castigó por el abandono de toda perspectiva de lucha en favor sólo de las negociaciones mientras la situación en su terreno se deterioraba, por la profundización de sus contactos y a veces la colaboración descarada con el ocupante israelí y la corrupción. Desde el día siguiente de las elecciones, al sector más radical (en el mal sentido del término) de esta minoría de privilegiados, representada especialmente por Mohammad Dahlan, se le metió en la cabeza recuperar el poder a cualquier precio y eso es lo que condujo a los acontecimientos de Gaza en el mes de junio pasado.
En efecto, el “golpe de Estado” del que muchos hablaron cuando Hamás expulsó a las milicias de Dahlan de la Franja de Gaza es consecuencia, sobre todo, del intento de golpe de Estado, éste bien real, orquestado por el sector golpista de la Autoridad Palestina con el apoyo de Israel y los países occidentales. Estos últimos organizaron el bloqueo político, diplomático y económico del nuevo poder político mientras Israel reforzaba su asentamiento en la Franja de Gaza, plaza fuerte del ala militante de Hamás, y reanudaba su política de liquidación de los resistentes. Por su parte, el sector golpista de la Autoridad hizo todo lo posible para paralizar al nuevo gobierno y entorpecer cualquier tentativa de establecimiento de un gobierno de unión nacional. El objetivo conjunto consistía en crear las condiciones para el derrumbamiento del gobierno de Hamás. Los enfrentamientos, al principio esporádicos, se multiplicaron en la Franja de Gaza y cuando las milicias de Dahlan, armadas por Estados Unidos de acuerdo con Israel, pisaron el acelerador, Hamás respondió in situ y expulsó rápidamente de Gaza a los golpistas.
Ya sabemos la continuación: Abu Mazen destituyó al gobierno de Hamás y creó un “gobierno de emergencia” dirigido por Salam Fayyad, antiguo alto funcionario de las instituciones financieras internacionales, cuya lista obtuvo poco más de un 2% en las elecciones legislativas de 2006. Las cosas quedan ahora muy claras: Abu Mazen y su camarilla optaron por plegarse exclusivamente a las exigencias de los países occidentales e Israel, sin ni siquiera fingir preocupación por el pueblo palestino. Su único objetivo es permanecer en el poder y ser los futuros administradores de los bantustanes palestinos aunque para ello tengan que colaborar abiertamente con el ejército de ocupación. Un hecho acaecido en Yenín a finales de agosto ilustra claramente este aspecto: Las fuerzas de seguridad Abbas se hicieron cargo de un soldado israelí que se había extraviado en la ciudad, lo protegieron de la población y lo acompañaron hasta el cuartel más cercano. Se dice bien, ¡un soldado del ejército de ocupación…! Sólo hay una palabra para calificar este tipo de maniobras: colaboracionismo. Puro y simple.
Para los que todavía tenían dudas de las intenciones del clan Abbas, su posición en el marco de la contradicción estructural que mencionaba más arriba está clara: trabajan conscientemente con Israel contra el pueblo palestino.
¿Cuáles son las formas de resistencia posibles en las condiciones actuales? Pienso que las condiciones actuales son las más desfavorables en cuanto a la organización y estructuración de la resistencia:
- Hay más de 11.000 presos políticos palestinos que se pudren en las prisiones israelíes. El porcentaje de población que suponen es una cifra inverosímil: imagínese que en Francia hubiera cerca de 200.000 presos políticos. No apostaría por un alto nivel de desarrollo de las luchas sociales… Y para los que siguen en la lucha continúan la represión, las detenciones y los asesinatos.
- La fragmentación geográfica entre las “zonas autónomas” palestinas constituye un obstáculo enorme: la separación completa entre Gaza y Cisjordania, el cerco de las ciudades de Cisjordania, la tremenda dificultad, prácticamente imposibilidad, de viajar de una ciudad a otra… Hay muchos elementos que impiden cualquier desarrollo o estructuración “nacional” de la resistencia.
- La instauración de la Autoridad Palestina que resultó de los Acuerdos de Oslo tuvo dos consecuencias muy importantes: en primer lugar, el número de militantes de Fatah cooptados e integrados en las estructuras burocráticas en construcción a cambio de su renuncia a la lucha, lo que debilitó el movimiento nacional y ha hecho retroceder considerablemente la conciencia política. En segundo lugar, la instauración de una extensa red de corrupción y clientelismo que ha desligitimado la política y a los políticos al reforzar el funcionamiento en redes estructuradas principalmente para la captación de la ayuda económica que viene del extranjero.
- La multiplicación de las ONG dependientes de la ayuda exterior, que pudo constituir una alternativa para numerosos militantes de la Intifada de 1987 para su integración en el aparato del Estado, también participó en la despolitización y el debilitamiento de la resistencia. Al no invertirse en el terreno de la lucha política, los militantes y dirigentes de estas ONG dejaron las manos libres a la dirección capituladora de la OLP y muchos de ellos se limitaron a encontrar un modus vivendi con esta última.
- La actitud expectante de la izquierda de la OLP (FPLP y FDLP) y su incapacidad para formular un proyecto de lucha alternativo a las traiciones de la dirección de la Autoridad Palestina también redujo el campo de posibilidades para los que querían proseguir la resistencia.
- En esta situación Hamás se apresuró a sacar provecho. Ahora bien, aunque esta corriente encarna una orientación mucho más combativa frente al ocupante y rechaza hoy los compromisos y el abandono de los derechos nacionales de los palestinos, permanece en la ideología reaccionaria de la corriente de los Hermanos Musulmanes en la que numerosos dirigentes y militantes son contradictorios con la construcción de una resistencia popular en la que todos los palestinos, especialmente las mujeres, encontrarían su sitio.
Ésa es, en resumen, la suma de los obstáculos para la construcción y estructuración de la resistencia. La asfixia económica, la fragmentación geográfica y política, la cultura de la corrupción y el clientelismo y la quiebra de la izquierda han favorecido el desarrollo de un individualismo, cada vez más marcado, en detrimento de la acción colectiva. Y lo que es más, la empresa de “sociocidio” inherente al proyecto sionista está destruyendo poco a poco la conciencia nacional palestina. Si en las cabezas el pueblo palestino y sus derechos existen siempre, en los hechos la perspectiva de una lucha común de todos los palestinos (incluidos los de los campos de refugiados de Jordania, Siria o Líbano y los que viven en Israel) alrededor de un proyecto de combate unificado se aleja cada vez más.
En estas condiciones, ¿qué resistencia? Para muchos militantes palestinos la tarea esencial hoy es doble. En última instancia se trata de refundar la resistencia y, por qué no, las estructuras del movimiento nacional, aprendiendo de los fracasos del pasado y teniendo en cuenta que una parte de la dirección “histórica” del movimiento se ha pasado al otro bando. Pero la condición para llegar, y es la segunda tarea esencial, es poner freno a la despolitización y al individualismo. Es lo que comprendieron perfectamente una serie de militantes activistas en los “centros culturales” de los campos de refugiados. Para ellos se trata de organizar múltiples actividades culturales, sociales y políticas, especialmente para los jóvenes, de perpetuar la memoria del combate, luchar contra las tendencias individualistas desarrollando proyectos colectivos, combatir las tendencias al repliegue hacia la familia o la religión, haciendo “salir” a la gente y agruparse, garantizando al mismo tiempo la independencia de las iniciativas y rechazando las subvenciones de la Autoridad Palestina o los países occidentales.
Todo eso puede parecer muy lejos de la conquista por los palestinos de sus derechos nacionales. Pero es la realidad sobre el terreno y la relación de fuerzas. Hay que ser lúcido: Para estos militantes se trata de reconstruir la resistencia, piedra a piedra, en medio de un campo de ruinas. Todos los que se sienten solidarios con los palestinos y quieren ayudarlos en su combate deben saberlo: la situación es muy difícil y los militantes que están comprometidos allí con la reconstrucción de la conciencia nacional y la resistencia necesitan más que nunca el apoyo internacional.
¿Estamos al final de la lógica de los Acuerdos de Oslo? Todo depende de lo que se entienda por “la lógica de los Acuerdos de Oslo”. Para todos los que percibieron y/o presentaron los Acuerdos de Oslo como un compromiso histórico entre una izquierda israelí lista para verdaderas concesiones y una dirección palestina sincera y responsable, que debía llevar a cabo el establecimiento de un estado palestino independiente y soberano en Cisjordania y Gaza, queda claro que es el fin de una era. Pero para los que, como yo, vieron en los Acuerdos de Oslo una simple reorganización del proyecto sionista, con el objetivo de instaurar bantustanes palestinos dependientes de la ayuda internacional y bajo control del poder feudal del estado de Israel, no hay sorpresa o “vuelta”.
Tanya Reinhart, catedrática de Universidad israelí fallecida recientemente, escribía en 1994:
“
Desde el principio se pueden identificar dos concepciones subyacentes en el proceso de Oslo. La primera es que este proceso puede reducir el coste de la ocupación gracias a un régimen palestino fantoche con Arafat en el papel del jefe de policía responsable de la seguridad de Israel. La otra es que el proceso debe desembocar en el hundimiento de Arafat y la OLP. La humillación de Arafat y su capitulación cada vez más flagrante conducirán progresivamente a la pérdida de su apoyo popular. La OLP va hundirse o sucumbir en luchas internas. Así la sociedad palestina perderá su dirección política y sus instituciones, lo que constituirá un éxito, ya que los palestinos necesitarán mucho tiempo para reorganizarse. Y será más fácil justificar la peor opresión cuando el enemigo sea una organización islamista fanática”.
T. Reinhart no tenía nada de profeta. Solamente comprendió desde el principio la “lógica” de los Acuerdos de Oslo. Para Israel la maniobra era simple: dar la impresión de hacer concesiones a los palestinos sin asumir ningún compromiso sobre las cuestiones clave que son Jerusalén, los refugiados y las colonias. Durante los “años de Oslo” la colonización, la ocupación y la represión continuaron y los palestinos que hubieran podido alimentar esperanzas se desengañaron rápidamente. Obviamente la colonización comenzó antes de Oslo. Pero al crear la ilusión de la construcción de una estructura palestina estatal, los Acuerdos de Oslo acarrearon un peligroso deslizamiento ideológico, incluso en el movimiento de solidaridad internacional: del apoyo a los derechos de los palestinos se pasó al apoyo a las negociaciones de “paz”. Resultado: a partir de septiembre de 2000, con la rebelión palestina y la brutal respuesta del ejército israelí, se alzaron numerosas voces para que “se volviera a los Acuerdos de Oslo”, lo que significa exactamente la vuelta a la situación contra la que se alzaron los palestinos.
La “lógica de los Acuerdos de Oslo” no está acabada. Sin embargo hay un cambio notable por parte de Israel: si en 1994 una parte del establishment sionista pensaba que el aparato de la OLP era un socio creíble, a la larga, en la empresa de neutralización de la resistencia, hoy ya no es así. Ahora está en el sentido de las decisiones “unilaterales”, cuyo ejemplo más flagrante fue la retirada de Gaza: Israel no se molesta en discutir con la dirección de la Autoridad Palestina las decisiones más importantes. La idea de que no hay socio fiable en el lado palestino se impuesto en Israel. Abu Mazen y los suyos no tienen ni la legitimidad ni la base social necesarias para controlar el conjunto de las ciudades palestinas. Lo que se perfila es más bien que Israel, a largo plazo, confiará a pequeños jefes locales la gestión de microscópicas zonas autónomas. Israel podría, por otra parte, acudir a Jordania para que administre, de una forma u otra, los enclaves de Cisjordania. Por lo que se refiere a Gaza, la “solución” para Israel pasará necesariamente por una amplia ofensiva militar. En el fondo Oslo, como instrumento de liquidación de la cuestión palestina, está bien vivo. Sólo se han operado algunas modificaciones en la forma.
Si la OLP es inevitable, ¿cómo se puede prever su evolución? No sé si la OLP es “inevitable”. El mismo Yasser Arafat nunca se privó de “bordearla”. Me parece oportuno recordar aquí que en 1993 sólo una minoría del Comité ejecutivo de la OLP se había pronunciado a favor de la firma de los Acuerdos de Oslo, pero eso no tuvo ninguna consecuencia. La firma fue el resultado lógico de una elección hecha por Arafat y Abbas en el proceso de las negociaciones y en ningún momento se informó a las instancias de la OLP no sólo del contenido, sino de la propia existencia de los Acuerdos de Oslo antes de su firma… El nacimiento de la Autoridad Palestina significó, en mi opinión, la muerte de la OLP.
No se trata de hacer aquí una reseña histórica del movimiento de liberación nacional palestino. Recordemos únicamente que durante los años 70 en Líbano la OLP se transformó de un movimiento de liberación nacional “clásico” en un verdadero aparato de Estado que se convirtió progresivamente en una enorme estructura burocrática-militar que emplea a decenas de millares de personas en los cuatro puntos cardinales del planeta. Un informe encargado por el propio Yasser Arafat señalaba en la época: “La OLP, por su naturaleza, difiere de otras organizaciones que representaron, o todavía representan, a sus pueblos respectivos en la lucha de liberación nacional. La OLP no es un partido político y es más amplia que un frente de liberación. Es una institución con naturaleza de Estado”. Así, la OLP se transformó progresivamente en un “aparato de Estado sin Estado”, parafraseando a Gilbert Achcar; un aparato de Estado en busca de un territorio donde poder establecerse de manera segura y definitiva. Considerablemente debilitada por su expulsión de Líbano en 1982, la OLP reconstruyó en Túnez una gran parte de su burocracia y siguió desarrollando sus representaciones diplomáticas en el extranjero. A los Acuerdos de Oslo les siguió la instalación en Cisjordania y Gaza de decenas de miles de dirigentes y militantes de la OLP “del exterior” que se convirtieron en funcionarios e importantes empleados de la Autoridad Palestina en construcción.
El aparato de Estado sin Estado creyó entonces que había encontrado su Estado. Los combatientes se convirtieron en funcionarios de la Autoridad Palestina y la OLP consumó su proceso de degeneración burocrática transformándose oficialmente en una estructura estatal. Las corrientes de la OLP que todavía la consideraban la cabeza de la federación de las facciones políticas palestinas para coordinar y dirigir la lucha cada vez fueron más marginadas en las decisiones, así como los cuadros que optaron por quedarse fuera. Lo fundamental de la decisión y la representación, en efecto, pasó a las manos de la Autoridad palestina. Esta es la razón por la que, 13 años después, pienso que no es exagerado decir que hoy la OLP ya no representa nada. A veces le sirve de taparrabos a Abbas cuando quiere legitimar una decisión especialmente inicua o aislar a Hamás, como cuando en junio el Comité ejecutivo de la OLP votó una moción que exigía la destitución del gobierno de Hamás y la celebración de nuevas elecciones. Pero esta OLP fantasma no tiene ninguna legitimidad: la moción en cuestión no tuvo ningún eco en los territorios palestinos.
En la actualidad, entre los que se preguntan por el estado del movimiento de liberación nacional, algunos dicen que es necesario “volver a la OLP”, otros que hay que reformarla y otros, por fin, que es necesario firmar su acta de defunción y construir “otra cosa”. Por mi parte pienso que la OLP no tiene futuro en su forma actual y está abocada a la decadencia tras permanecer durante un tiempo en el escenario de las peleas de individuos o grupos de individuos por pequeños poderes o pequeños beneficios. Lo que necesita hoy el pueblo palestino en su estado actual es una refundación del proyecto y las estructuras de la lucha, que pasaría por una reorganización o recomposición de todas las formas de resistencia (política, cultural, social, militar), por iniciativa de militantes y dirigentes de la izquierda, de Fatah y Hamás, que optasen por la unidad y los intereses colectivos y no por la división y los intereses personales. Aunque esta perspectiva puede parecer lejana y aunque hasta ahora se han tomado muy pocas iniciativas en ese sentido, no obstante subyace en muchos debates en Palestina, en los militantes sinceros de todas las facciones políticas y en la sociedad, tanto entre los palestinos de los territorios ocupados como en los de 1948 y los del exilio.
¿Es posible conciliar el desarrollo democrático bajo la ocupación? Una cosa es segura: es imposible construir estructuras democráticas representativas definitivas bajo una ocupación militar. Si fue posible, como se vio en enero de 2005 (elecciones presidenciales) y en enero de 2006 (elecciones legislativas), organizar elecciones en el conjunto de Cisjordania y la Franja de Gaza en condiciones más o menos satisfactorias, con una elevada participación y poco fraude, no obstante esta “democracia” permanece supeditada a los intereses de la potencia ocupante y sus aliados. Tras la victoria de Hamás no les fue difícil a la Unión Europea, Estados Unidos e Israel impedir el control al gobierno resultante de las urnas e intentar la anulación de la elección democrática de la población palestina. Mientras perdure la ocupación, la “democracia palestina” seguirá dependiendo de la buena voluntad del exterior.
Pero si se entiende la democracia en una acepción más amplia y no solamente como la celebración de elecciones, está claro que el desarrollo de las prácticas democráticas no sólo es posible, sino también imprescindible en la lucha contra la ocupación. Entiendo aquí el desarrollo de las prácticas democráticas como la instauración de estructuras de gestión de la vida diaria y la lucha que favorezcan la dedicación y participación populares. Al principio de la Intifada de 1987 los “comités populares” establecidos en la mayoría de los campos de refugiados, pueblos y barrios de las ciudades desempeñaron este papel: compuestos por militantes políticos, asociativos o “simples ciudadanos” legítimos en su comunidad, asumían todos los aspectos de la vida cotidiana (organización de la sanidad, la escolaridad, resolución de conflictos entre vecinos…) y de la lucha (huelgas, manifestaciones…). Es lo que hizo la fuerza de esa Intifada, al menos en su primer año.
No se produjo nada de eso en la “segunda Intifada” (entre comillas en tanto que tiene pocos puntos en común con la Intifada de 1987): la pretensión de la Autoridad Palestina de ser la única dirección legítima del movimiento, las consignas de los militantes de Fatah de no renovar la experiencia de los comités populares y la vertiginosa militarización de la lucha impidieron la constitución de estructuras locales coordinadas entre sí en las que todos los que querían participar en la lucha habrían podido encontrar su sitio. La dedicación popular por tanto fue muy escasa y el alzamiento, bien real, de octubre de 2000, se desinfló rápidamente. Eso no lo explica todo, pero el fracaso de la instauración de estructuras de este tipo después de octubre de 2000 contribuyó en gran medida a la degradación de la relación de fuerzas y al descrédito de los palestinos. Dicha instauración es una de las tareas fundamentales para los que pretenden la reconstrucción de la resistencia popular en Palestina, y contribuirá a que la población recupere las riendas de su destino por medio de estructuras que favorezcan la participación de todos y creando iniciativas con vocación de superar las numerosas grietas que debilitan la lucha de los palestinos.
Me hago aquí eco de mis observaciones durante mis estancias en Palestina y de las declaraciones que escuché a muchos palestinos. En efecto, la ausencia de una perspectiva política y su consecuencia principal, el desarrollo de un pensamiento cada vez más conservador debido a un repliegue sobre los valores tradicionales (que “no mienten”), causan daños considerables: la manifestación más visible es la degradación creciente de la situación de las mujeres, que cada vez se ven más excluidas de la esfera pública y confinadas únicamente a las actividades domésticas y reproductoras. Esta degradación no comenzó con la llegada al poder de Hamás, pero éste no ha hecho nada por solucionarla. Se comprenderá fácilmente que no incluir en la lucha a la mitad de la población palestina sólo puede perjudicar, a largo plazo, a todos los palestinos en conjunto. En este sentido, aunque la ocupación militar dificulta enormemente el desarrollo de estructuras legítimas y participativas, es una cuestión fundamental en la perspectiva de la refundación de la resistencia palestina.
El movimiento de solidaridad con el pueblo palestino está en crisis, ¿no es paradójicamente saludable? Es cierto que el movimiento de solidaridad no se lleva muy bien. Esta crisis viene de lejos y es, desde mi punto de vista, el producto de dos factores principales: la degradación de la situación “sobre el terreno” y las ilusiones depositadas en el movimiento de solidaridad durante los “años de Oslo” y después de septiembre de 2000.
Efectivamente hay que poseer una cierta abnegación para seguir movilizándose mientras allí la situación deteriora cada vez más y las distintas iniciativas que se toman aquí parecen no tener ningún impacto. Las decenas de miles de personas que se movilizaron en el momento de la masacre de Yenín en abril de 2002 no han desaparecido pero están desalentadas o desengañadas y ya no participan en las iniciativas públicas en las cuales, a menudo, sólo se encuentra el “núcleo duro” de los militantes de la causa palestina.
Las ilusiones que se depositaron en el proceso de Oslo no ayudaron a los que querían comprometerse en la solidaridad al ver la evolución in situ: la degradación de la relación de fuerzas entre Israel y la población palestina o, más recientemente, la victoria de Hamás y el intento semiabortado de golpe de Abu Mazen y los suyos. El hecho de hacer de la dirigencia de la Autoridad Palestina la “dirección legítima del pueblo palestino” tampoco ayudó al desarrollo de una solidaridad concreta con los que en Palestina, en los campos de refugiados, en las ciudades y los pueblos, tomaban y todavía toman iniciativas para proseguir la lucha mientras la Autoridad afirma que lo único que compensa es la negociación. Los que creyeron, o hicieron creer, que la Autoridad Palestina dirigida por Arafat y luego por Abbas era la única representación legítima de los palestinos y el socio inevitable del movimiento de solidaridad debieron estrellarse con la victoria de Hamás y el nombramiento, hace algunos meses, del banquero Fayyad como Primer Ministro, a quien, por otra parte, no se le oye mucho desde entonces.
La crisis sólo será saludable si se aprende la lección y se va a la raíz de los fracasos sucesivos del movimiento de solidaridad. Se trata, sin tener que llegar a un acuerdo sobre todas las cuestiones, de iniciar el trabajo en común, de volver de nuevo a la parte fundamental: ¿qué es la solidaridad efectiva con el pueblo palestino? El trabajo aquí sólo tiene sentido si tiene efectos allí. No se puede limitar “a ejercer presión” sobre nuestro gobierno para que “ejerza presión” sobre su aliado israelí. En Palestina, 172 ONG y asociaciones llamaron a una campaña internacional de boicoteo y desinversión, en numerosos campos de refugiados los centros culturales hacen un trabajo notable y necesitan apoyo, 11.000 presos políticos se sienten especialmente olvidados en las mazmorras israelíes, las conmemoraciones de los 60 años de la Nakba (la “catástrofe”, la expulsión de 1947-1948) están en preparación por una iniciativa internacional en 2008… Los proyectos y campañas que permitirían (re) construir la solidaridad no faltan. Pero es cierto que se encontrará a pocos representantes del “campo de la paz” israelí o de la camarilla de Abu Mazen que apoyen el boicoteo, el derecho a la vuelta de los refugiados o la liberación incondicional de todos los presos políticos. Sin embargo son las reivindicaciones fundamentales para el pueblo palestino y para los numerosos militantes políticos y asociativos. Una vuelta critica sobre los Acuerdos de Oslo y sobre las ilusiones que los acompañaron es, pues, imprescindible. Permitirá pasar de la reivindicación de una paz virtual a la construcción de una solidaridad real.
Fuente :
http://juliensalingue.over-blog.com/pages/200730654.html Artículo original publicado el 6 de septiembre de 2007 Caty R. es miembro de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, la traductora y la fuente.
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